
Es increíble la paz tanto física como mental que me trajo este lugar. Siento el río mirándome.. acariciando mis dedos, divirtiéndose entre ellos y haciéndome saber que no puedo retenerlo. Como uno de esos nenes que siempre hubo en nuestra infancia , el más rápido, ese que nunca nadie alcanzaba cuando jugábamos a la mancha. Y ríe, y corre, y yo lo veo chocar con las piedras, lo veo largar risas de trueno. Lo contemplo y se va.. se va y desemboca quién sabe dónde, viaja.. con el skater pusimos un barquito y pensamos hasta donde resistiría que el río lo lleve a navegar, sin tripulantes ,ni capitán.. a dónde va? atraviesa mil continentes.. tal vez termine en el Mediterráneo, decíamos. Y tal vez lo encuentre un pequeño italiano y diga.. ¡Mama Mía! y nos invadían las carcajadas.
Encontré risas, paz, demasiado ruido en mi cabeza, ruido del río.. ruido de la montaña que me habla y me dice y la quiero escuchar, y las estrellas me miraron y me hablaron de cada cometa, cada planeta, cada brillo.. cómo se fue apagando cada una y volviendo a prender. Y yo supe mimarlas con la mirada, y amarlas muy de cerca.
Me siento en mi lugar otra vez, me siento yo de nuevo, yo armada y desarmada como siempre.. yo con los pies en las nubes, y también en la tierra.
Viajar definitivamente me abre más la cabeza.
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